Resulta ciertamente alarmante que, ya avanzada la segunda década del siglo XXI, la desigualdad entre hombres y mujeres se sitúe en los niveles que ha dado a conocer el Foro Económico Mundial. Según el informe Global Gender Gan Report 2016, la igualdad de género no se alcanzará hasta el año 2186. Es decir, serán los nietos de los actuales adolescentes los que disfrutarán, finalmente, de una sociedad donde la mujer no sea tratada como la marca blanca del hombre.
Pero aún más preocupante que la lejanía de este objetivo es la tendencia que refleja el estudio: si el documento de este año calculaba que quedan 170 años por delante para eliminar la discriminación de género, en 2015 la cifra se rebajaba a 118. ¿Cómo es posible que en doce meses las estimaciones hayan aumentado en más de medio siglo? Más aún: ¿Cuáles son los motivos por los que las instituciones públicas -encargadas de velar por la igualdad de todos sus ciudadanos- no llevan a cabo una revisión profunda de sus programas que luchan contra diferencia de trato en función del sexo? Es evidente que se han revelado fallidos.
Por aportar un dato alentador, la discriminación por razones de género no afecta por igual a todos. La salud y la educación registran niveles que nos invitan a mirar al futuro con un moderado optimismo. Pero no debemos caer en el conformismo. Son las instituciones públicas las que deben dar el primer paso. Alemania, la principal potencia europea, lleva gobernada por una mujer desde hace más de una década y todo parece indicar que la próxima presidenta de EEUU será Hillary Clinton. Hagamos visible ese potencial femenino en la política y en la vida pública para que sean después las empresas las que recojan el testigo, porque también resulta kafkiano que solo un tercio de los puestos directivos estén ocupados por mujeres cuando éstas representan la mitad de la población del continente.
La igualdad de género es además sinónimo de sociedades con elevados índices de bienestar y progreso. No es casual que en los primeros puestos europeos en esta materia figuren Noruega, Finlandia o Suecia, mientras que España se sitúa en un discreto vigesimonoveno lugar e Italia se encuentra en un vergonzante número 50 sobre el total de los 144 países estudiados. Incluso me atrevo a señalar que es un error que haya países catalogados dentro del denominado primer mundo cuando algo tan básico como la igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos independientemente de su género no está garantizada.